miércoles, 28 de octubre de 2009

El lenguaje secreto del abanico . . .

En el manejo y juego del abanico se aprecia la distinción de las
damas y hasta las mujeres más bellas y elegantes si no saben
manejarlo con gracia y donaire, caen en el ridículo mayor.

- Madame de Staêl

Desde que tengo uso de razón, los abanicos me encantan . . . en parte por eso adoraba mis clases de Flamenco (que por el momento están en pausa) y la cultura japonesa antigua. Esta vez quiero compartir con ustedes el gusto que tengo por este objeto tan singular no sólo mostrando unas fotos recopiladas de aquí y allá, sino un extracto muy interesante sobre el empleo y significado que las damas de sociedad dieron a este bello artilugio.



Se sabe que el abanico tuvo desde la antigüedad clásica distintos usos, primero bajo el nombre de ventarola , sólo se permitía a los grandes aristócratas para mantenerse frescos. Este uso se mantuvo hasta que en la Edad Media, llamado flabellum apareció durante las liturgias para espantar moscas en el altar. En el siglo XIV se incorporó con plenitud a la vida civil, en su forma plegable; su origen lo disputan Japón y China, de donde fue importado por los portugueses. En 1678, en Francia se formó el primer gremio de maestros abaniqueros quienes los decoraban, distribuían y vendían.

Desde la edad media y hasta fines del siglo XIX el honor fue una cuestión fundamental, un bien que los hombres cuidaron incluso con su vida y que podía quedar lastimado para siempre ante la difamación. La palabra debía manejarse con prudencia; por esta razón se crearon lenguajes secretos, y la sabiduría popular equiparaba el batir del sable con el del abanico.



El silencioso código de los mensajes no sólo cubría o descubría rostros, sino también intenciones, fantasías y deseos, en un juego de urbanidad y donaire: los abanicos fueron objetos de un lenguaje secreto utilizado, sobre todo, para el juego del amor. Cerrado o expuesto, detenido o en movimiento, el ventalle atendió un deseo fundamental de comunicación velada entre los amantes de los siglos XVIII al XIX.

Espantadores, ventarolas y battoirs.

De antigua tradición ceremonial –para la alta aristocracia y los usos litúrgicos–, el abanico se volvió objeto de uso cotidiano desde el siglo XIV cuando apareció su modalidad plegable que tuvo una popularidad inusitada. Su origen –sin duda asiático– tiene en el imaginario japonés una bella leyenda sobre un hábil artesano quien se inspiró en las alas del murciélago para su diseño.



Pintar abanicos

El biombo del pudor, llamado así por Moliere, apareció en la pintura casi al mismo tiempo que en las cortes y se volvió un elemento iconográfico fundamental que llegó a suplantar a otros símbolos de aristocracia como los libros y los pañuelos. El modelo del retrato de María Rafaela Rodríguez y Amador, con abanico y pañuelo en las manos, se puso de moda en el siglo XVIII, en especial a partir del retrato que Miguel Jacinto (1696 – 1734) hizo de la Reina María Luisa Gabriela de Saboya en 1708.



En la tradición retratística el ventalle aparecía cerrado, o puesto con discreción sobre las piernas, mientras que los maestros abaniqueros decoraban sus países –papel, piel o tela que cubre la parte superior del varillaje del abanico– con imágenes basadas en la pintura galante de Watteau y Boucher. Durante el siglo XVIII y hasta mediados del XIX, los idilios pastoriles y las fiestas campestres fueron temas populares para decorar los abanicos, como la escena en la que aparecen un grupo de hombres y mujeres quienes sobre el césped intercambian frutos y palabras en un juego galante; al reverso, una pastora con su rebaño a orillas de un arrollo detrás del caserío.



El juego del amor.

(El abanico) cetro de la locura que rige a todos los mortales.
- O. Uzanne, segunda mitad del siglo XVIII.

Ante la obediencia y pasividad que se exigía a las mujeres, el lenguaje secreto del abanico fue un espacio para la libertad de expresión y un refugio para la prudencia. Sin embargo, la retórica amorosa no fue la misma en todos los sitios ni en todas las épocas. Para el siglo XVIII ya tenía una historia, y cuando las frases eran pudorosas, la educación era transmitida de madres a hijas; el lenguaje del coqueteo se aprendía amiga a amiga, o entre amantes.



También la literatura tuvo un papel protagónico en la educación de poses y frases. En España circularon a fines del siglo XVIII una serie de estampas, publicaciones y juegos con muestrarios que actualizaban a la población en el lenguaje del abanico: Modas de Madrid de José Vázquez (1768 – 1804); El juego de preguntas y respuestas, José Asencio y Torres (1759 – 1820), impresor; Colección General de los Trajes que en la actualidad se usan en España: principiada en el año 1807 en Madrid, Antonio Rodríguez (1765 – 1823?) y José Ribelles y Helip (1778 – 1835); Trajes de España, Juan de la Cruz Cano y Olmedilla (1726 – 1790) y Manuel Albuerno (1764 – 1815). En 1830 se publicó en París Le langage de l´ éventail por J.V Duvelleroy. Para fines del siglo XIX, la tarjeta postal tomó el papel divulgador, sobre todo en los retratos de actrices famosas.

En el juego del abanico había mucho que ganar y también mucho qué perder. En la Rusia del siglo XVIII para decir “te amo” se escondía los ojos detrás del abanico, pero si la dama se equivocaba y los deslizaba detrás del preciado accesorio, entonces corría el riesgo de evocar lo que en Francia significaba “vete por favor”. Otro movimiento que podía resultar problemático tenía que ver con tocar ligeramente la boca en repetidas ocasiones: “¿puedo hablar contigo en privado?”; si el amante sólo observaba el abanico apoyado en los labios sin las repeticiones entonces entendería “bésame”.

Algunos gestos eran más comunes: abanicarse despacio significaba que la dama no podía ser conseguida; “me eres indiferente”, en Andalucía, o “estoy casada” dirían en París. Ofrecer el abanico era como entregar la confianza: “me agrada usted mucho”. Apretarlo sobre el corazón: “soy tuya de por vida”. También los flancos del cuerpo intervenían en la compleja semántica del amor. En general, lo relacionado con el lado izquierdo implicaba discreción, cambio de planes o negativas: ocultar la oreja izquierda con el abanico abierto significaría “no reveles nuestro secreto”; mantenerlo cerca de ella “quiero que me dejes en paz”; colocar el ventalle o el pañuelo sobre la mejilla de dicho lado “no”. En contraparte, el lado derecho aceptaba. Si se aplicara la regla del lenguaje andaluz de fines del siglo XIX al retrato de Ana María Irigoyen de Echenique, por el número de varillas sin abrir, se podría entender que la dama confirmaba la hora de una cita, y en este caso el mensaje sería: te veo como acordamos a las ocho.



En los objetos para el lenguaje secreto los amantes pueden sellar sus lazos. Códigos que discretos viajan entre caídas de pañuelos, batir de abanicos, guardapelos. Enigmas que permanecen indescifrados en el tiempo, como el que guarda la miniatura de una dama mexicana pintada hacia mediados del siglo XIX y que sostiene el abanico con la mano derecha mientras lo acerca a la oreja del mismo lado. Sólo se puede suponer que en Rusia diría: “sí, te estoy escuchando”, aunque en México, estando de moda el sistema franco – español, le susurrara a su amado con dulzura: “no me olvides”.







Fuente:

Extraído de El abanico, biombo de pudor por Eva María Ayala Canseco (curaduría e investigación). Folleto del museo Soumaya de mayo de 2008.
http://www.romerodiaz.com/paginas/ListadoProductos.aspx?categoriaid=3&ultimaFila=8
http://www.diputaciondevalladolid.es/cultura_edu/exposiciones_d.shtml?idboletin=486&idarticulo=20072&idseccion=4717



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