miércoles, 18 de agosto de 2010

La paz perdida.

Pequeña historia casi totalmente ficticia
si no fuera por el trozo de realidad que un día me aconteció.



Obsesión . . . sí, sólo de esta manera puedo denominar a la súbita locura emocional que invade mi ser completamente y no me permite respirar sin antes provocarme un extraño dolor. Ahora, gracias a ello, diariamente siento una honda presión en el pecho combinada con la ilusión de tener un enorme vacío que sólo responde provocándome varios vuelcos en el corazón cuando miro detenidamente –una y otra vez– las mismas viejas fotografías tuyas que he ido coleccionando a lo largo de los años . . . y que guardo debajo de mi almohada como el objeto más preciado.

En algún momento funesto, aquel exótico romance me pareció cosa del pasado; pensaba en él como algún suceso de poca importancia, como si se tratase de los fragmentos de un fugaz amorío que nunca se consumó, pues la petición de un beso me fue denegada aquella tarde nublada sobre la montaña que daba vista al Cristo de Corcovado . . . quizá si te hubiera besado y vos aceptado mi cariño en medio de ese paisaje rojo y morado, gran parte de mi vida habría cambiado. Pero ya no es así, y la paz que concebí tener al fin algún día me la has arrebatado nuevamente con tu recuerdo.


Ahora soy menos niña y más mujer, sin embargo, desde antaño estoy siguiendo tus pasos para poder encontrarte tras tu repentina desaparición: te fugaste de mi vida y no me dijiste a dónde irías. Ahora soy menos niña porque el tiempo ha transcurrido y se ha depositado en mi rostro y fluye por mis venas . . . los años se me escurrieron al ir detrás de ti, jugando al “buen detective” para saber qué había sido de ti, qué habías hecho desde la última vez que nos vimos . . . siempre detrás de tus pasos sin poder hallarte.

Ahora heme aquí, en el mismo lugar en el que nos quedamos, en esta bahía brasileña donde te fuiste de mi lado . . . aunque nuca fuiste mío. Ahora soy un poco mayor y llevo siempre conmigo un puñado de tus viejas fotografías, por si algún día te fueras de mi mente y te extrañara, o por si acaso no llegara a reconocerte el día que llegue a verte. Sabe que estoy parada en la misma montaña en la que te supliqué selláramos un pacto amoroso y te negaste, por temor a que las cosas cambiaran para mal y nunca más “lo nuestro” fuera lo mismo para ti; estoy aquí pues, extrañamente, creo que intuías apreciaba más la montaña que la propia playa pues siento es el sitio preciso donde la tierra casi toca el cielo, no obstante, desde ese día ya no hay más cielo para mí.


Oh, querido amigo, si tan sólo supieras que tus serenos ojos orientales me persiguen donde sea que voy: en mis sueños, mis anhelos, mis fantasías y deseos. Los tengo siempre presentes y luego tan llenos de ausencia, de esa ausencia y dolor de amor que no se cura más que con tu hermosa presencia y figura. Ahora te necesito más que nunca porque te amaba . . . y este amor se está tornando amargo y violento: se me está haciendo obsesión. Hazte presente y reclámame cual tierra ignota digna de ser conquistada o simplemente quítame la venda, hiéreme mortalmente y aléjate nuevamente –de una vez y para siempre– pero confírmamelo viniendo a mí, otra vez.

Nunca me he dado por vencida, pero ya estoy cansada de seguir tu rastro y no encontrarte . . . estoy agotada de no verte mas que en sueños y fantasías donde, por desgracia, las cosas no siempre salen como más me gustaría y termino fuera de la cama sollozando con los ojos secos después de haber llorado tanto tu ausencia. Me levanto y busco en mi correo electrónico algún mensaje tuyo, algún indicio de que te has conectado al fin a la mensajería instantánea . . . pero nada . . . ¿tan grande fue mi ofensa de pedirte ser algo más que simples amigos?.


Hoy, de nuevo, salí a buscarte por la mañana y los lugareños hablan entusiasmados de tu llegada a la ciudad; siempre fuiste tan bueno con la gente, a la que amabas tanto y por la que luchaste, que su respeto y cariño no pudo pasar por alto el tan agradable y enorme acontecimiento que representaba tu presencia en su barrio. Eres su “doctor querido” y nada puede cambiar ello. Por mi parte, con descaro fingí sorpresa y coincidencia mientras daba un sorbo a mi café turco celebrando mi gran júbilo. Si tan sólo supieras que he visitado las mismas ciudades que tú y que he esperado tanto este glorioso momento . . . empero, después de todo, creo es mejor que no lo sepas para que no te des cuenta de mi tristeza y locura.

Por la noche, me armo de valor y te escribo una carta en la que, entre sarcasmos y otras bromas, escondo el gran amor obsesivo que te profeso . . . y mis ganas de saber de ti. La verdad no esperaba que tu respuesta fuera tan pronta y mi alegría, una realidad . . . no obstante, por desgracia descubro que tus palabras sólo alimentan más mis deseos y fantasías, aunque sólo me cuentas tus experiencias y me pones al tanto de lo acontecido en los últimos años de tu vida. Durante toda la jornada del siguiente día, me quedo pensando en tus palabras y las pequeñas e insignificantes siglas que has escrito: ¿qué querrás decirme con ese “TQM”?, ¿por qué dices qué me agradeces mucho y me debes tanto? . . . ¿habrá en ello algún mensaje oculto que indique algún indicio de amor o sólo son mis deseos infinitos de que lo haya?. Esperaré impaciente poder verte algún día y aguardaré en vela la llegada de tu siguiente carta . . . si es que la hay.

Tal vez he tenido la dicha de que se envíe a las mismas ciudades que tú, para servir hombro a hombro contigo, pero aun no he tenido la fortuna de verte de nuevo. Pienso que, tal vez, este deseo sea tan fuerte porque jamás fuiste mío y desde entonces ruego porque lo seas, mi niño-hombre, mi querido amigo.

Gail Filis


Sólo espero que sepan que el texto tiene derechos de autor.
(Sí, aunque les parezca rosa y cursi).


Además de mis memorias,
les dejo la música y video que me inspiraron.

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